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martes, 9 de septiembre de 2014

Crónica de las honras general Gregorio Luperón por aniversario natalicio 175; remozan plaza lleva su nombre

En la actividad realizada con el auspicio de la Fundación Sila Ozuna, presentaron un busto elaborado por el arquitecto Nicolás Aracena, con un costo superior a los 600 mil pesos.
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Foto: Carmen Suárez/Acento.com.do

SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Para las 5:15 de la tarde, apenas quedaban sillas por ocupar. Bajo la inmensa carpa azul, los invitados se acomodan en semicírculo frente a la escalinata que sirve de escenario.

“Por favor, ocupar sus asientos”, ordena por segunda ocasión con voz sobria y perfecta el locutor militar Osvaldo Cepeda y Cepeda. Reitera el llamado y de forma casi inmediata, el correr de un lado a otro amaina.

Vestidos con polo azul cielo y pantalones caquis, los estudiantes observan desde sus asientos el ir y venir de los organizadores, quienes terminan de orientar a quienes hacen acto de presencia en la remodelada plaza Gregorio Luperón, ubicada en la avenida que lleva el nombre del héroe de Puerto Plata y la arteria que lleva el nombre de la reina taína, Anacaona.

El Regimiento Guardia de Honor del Ministerio de Defensa, en inconfundible chaqueta azul, pantalones de un blanco impecable, liberan de sus instrumentos las notas del Himno Nacional dominicano, como ofrenda a la figura mayúscula de la historia dominicana, en su 175 aniversario.

La escultura permanece cubierta por una manta larga y blanca que se extiende hasta la construcción de ladrillo, resaltada por reflectores que avivan la blancura del lienzo.  Una pintura del prócer cuelga detrás de la escultura envuelta en el manto.

Monseñor Jesús María de Jesús Moya, Obispo Emérito de San Francisco de Macorís eleva una plegaria en acción de gracias, recordando las virtudes incuestionables de Luperón, algunas talladas en la tarja que perpetúa su nombre en metal y concreto, bautizando el frío ladrillo con agua y plegarias.
Con el auspicio de la Fundación Sila Ozuna, se realizó el remozamiento de la plaza patriótica Gregorio Luperón, en un acto en el que se develó un busto realizado por el escultor Nicolás Aracena, con un costo superior a los 600 mil pesos, auspiciado por la empresa Data Crédito.
Una corona de rosas blancas se acerca por la izquierda, cargada por hombres que detienen su marcha al encontrarse con un muro humano que rezan alabanzas al Omnipotente. Dan media vuelta y se pierde entre las palmas enanas que adornan la plaza.

“Veo delante de mí un sendero largo, oscuro y penoso, pero el conduce al cumplimiento de un deber sagrado: la revolución”, cita el presidente de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias, Juan Daniel Balcácer, en representación del presidente Danilo Medina, al realizar una semblanza histórica del patriota.
Los estudiantes permanecen absorbidos por las pantallas colocadas a ambos lados de la plaza, en las que de cuando en cuando aparece la imagen moza de uno de sus compañeros, quienes sonríen o se cubren el rostro para no ser vistos.
Algunas mujeres sofocan el calor con ventiladores de cartón, que abanican veloces de un lado a otro. Cepeda y Cepeda da una última calada a su cigarrillo antes de acercarse al ambón. Es hora de descubrir el busto.
Revelación.
Los representantes toman lugar en la escalinata. Una enfermera de tez morena y piel tersa se  mordisquea las uñas y se acomoda rápidamente el cabello castaño, que se sienta sobre sus hombros.
En la actividad en honor al General Luperón estuvieron el ministro de Cultura, José Antonio Rodríguez; el magistrado Víctor Gómez Bergés, Juez del Tribunal Constitucional; el político y presidente del Partido Revolucionario Social Demócrata (PRSD), Hatuey De Camps Jiménez; el embajador de Venezuela en el país, Alberto Castellar Padilla, entre otros.
Los encargados de desvelar la escultura toman posesión de sus lugares, entre aplausos que recorren la carpa de extremo a extremo. Halan la manta blanquísima y el rostro inmenso de bronce queda al descubierto, mirando imponente a los asistentes, bajo el toque militar de rigor hecho por la guardia de honor.
“Da pena que un día como hoy no haya una sola reseña en los diarios (sobre el general Luperón)”, critica el arquitecto Nicolás Aracena, a la vez que clama por aplausos a la figura de Porfirio López Nieto, empresario en quien descansa la adopción de la obra y que recibe un reconocimiento por sus aportes.
“¡Bien!”, se escucha de forma ya acostumbrada desde la multitud, seguido de aplausos que caen como un aguacero. Nadie cuestiona la procedencia.
El sol de la tarde da paso al crepúsculo que llega indetenible. Entre ofrendas del arte, música que resaltan la grandeza del prócer.
“Centinela de la Patria”.
La guardia de honor desmonta de sus hombros las rosas, que llegan a la escultura, atravesando el centro mismo de la plaza. Los soldados dan unos pasos acelerados al compás de los aplausos y vítores a la insigne figura del General de División Gregorio Luperón, al depositar la ofrenda de rosas frente a su efigie. Arrancan los tambores y las trompetas en homenaje al augusto dominicano.
“Gregorio Luperón creció en la miseria”, recuerda enérgico el Mayor general Jorge Radhamés Zorrilla Ozuna, del Ejercito de República Dominicana y presidente de la Fundación Sila Ozuna, quien realiza un breve recorrido por la vida del héroe nacional, nacido el ocho de septiembre de 1839.
“Es este el momento oportuno para abrazarnos al ideal que nos legaron los forjadores de nuestra nacionalidad”, exhorta, a la vez que reclama el nombramiento del Héroe de la Restauración como “Centinela de la Patria”, al canto de alabanzas a la patria y a la libertad, dando paso a la despedida del público.
Los presentes se levantan y de sus butacas y se funden entre saludos y abrazos. Sonrisas y palabras de admiración. Los presentes aprovechan la ocasión para posar junto al héroe de la historia dominicana y perpetuar el momento en una instantánea.
Por los lados y el centro, se escurren los pasos que buscan la salida de la plaza, hasta quedar desierta.
¡Track, track, track! Suenan las sillas al ser recogidas de forma apresurada por el personal de limpieza y acomodadas junto a las palmeras enanas en los camiones azules y rojos que esperan en la avenida, que ahora permite el tránsito fluido de los vehículos. Las luces se apagan, mientras la plaza queda desnuda y en silencio.
El rostro inmenso de bronce mira imponente y solitario el transitar de los vehículos que ahora transitan libres de trabas. La penumbra termina de engullir la plazoleta y el imponente busto queda en su sitio, empotrado en el frío ladrillo.